La meditación de hoy estará basada en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, conocida como el "Padre nuestro". Una oración modelo que contiene los puntos básicos que deberían tener nuestras oraciones.
Mateo 6:9-15 “9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. 14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas“
Esta oración no fue utilizada
por Jesús en su ministerio, sino que la dio a sus discípulos como un modelo de
oración que contiene los puntos básicos que deberían tener sus oraciones y
también las nuestras. No fue dada para repetirla de manera ritual. El versículo
7 lo deja claro: “…no uséis vanas repeticiones…“. Los paganos
oraban con repeticiones porque no tenían la seguridad de que fueran escuchadas
por su dios. El
discípulo de Jesús tiene la certeza de poseer un Padre que le escucha desde el
cielo. Hoy analizaremos el contenido de esta oración.
Como vemos en el versículo 9, “Padre nuestro que estás en los cielos“, nuestras oraciones deberían
estar dirigidas al Padre, así como también lo hizo Jesús en todo su ministerio.
Le llamamos Padre nuestro porque nos ha hecho sus hijos a través del
arrepentimiento y de la fe en el nombre de Jesús. Un Padre que está cerca de
nosotros como un padre lo está de sus hijos. Un Padre que nos ama y se preocupa
por nosotros. Pero es un padre diferente a cualquier padre terrenal. Un Padre al
que su soberanía, majestad, gloria y poder, no le impide estar cerca cuidando
de sus hijos.
El versículo continúa diciendo “santificado
sea tu nombre“. Esta expresión resalta la obligación que tenemos de
reconocer la santidad del Padre celestial. Él es absolutamente santo en todo su
ser, por lo que todo concepto errado sobre nuestro Padre debe ser desechado.
Todo lo que Él hace es perfecto y nunca se equivoca ni improvisa. Su santidad
destaca aún más lo pecadores que somos, pero él ha querido darnos de su gracia
para que estemos delante de Él sin temor, justificados a través del
arrepentimiento y la fe en Jesús.
Pasamos al versículo 10, dice “Venga
tu reino“. Esta petición implica que los que no creen se conviertan en
ciudadanos del reino, pero sobre todo que el reino de Cristo en la Tierra se
haga realidad. Es el reino mesiánico prometido a los judíos en el Antiguo
Testamento y del que también se habla en el Nuevo Testamento. Se trata de un
reino literal que llegará con la segunda venida de Cristo cuando ponga a sus
enemigos por estrado de sus pies. Durará
mil años y los hijos de Dios reinaremos con Él. Todos deberíamos tener el deseo
en nuestro corazón de que este reino llegue, y vivir nuestras vidas como
ciudadanos de ese reino que está por llegar.
El versículo 10 continúa
diciendo “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra“.
Todos los ángeles que viven en el cielo hacen la voluntad de Dios, hacen lo
que le agrada. Ellos obedecen a Dios sin cuestionarlo y no hacen las cosas a la
manera de ellos sino a la de Dios. Llegará el día en que la voluntad de Dios se
haga completamente también aquí, en el reino que está por venir. Aquí en la
Tierra somos pocos los que buscamos hacer la voluntad de Dios y este debe ser
nuestro mayor propósito como sus hijos. La mejor forma de hacerla es obedecer
todo lo que nos ha mandado y conocerle cada día más.
“Santificado sea tu nombre“, “venga
tu reino“ y “hágase tu voluntad“, son tres peticiones que tienen que ver
directamente con Dios. Aparecen de forma descendente, hablándonos de su persona
como santa y su futura manifestación en su reino con la sujeción de todos sus
súbditos que se dará en ese reino. En cambio, las cuatro siguientes peticiones
tienen que ver directamente con nosotros.
La primera está en el versículo
11: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy“. Esta es una petición
que se refiere al alimento físico. La provisión que el Padre nos da es diaria y
la petición debe renovarse cada día. Al Padre le agrada que sus hijos vivan en
dependencia de Él. La provisión del pan de cada día demuestra confianza en
Aquel que suple todas las necesidades de sus hijos. No demos por sentado el
alimento que recibimos cada día, sino despertemos con la idea de que Dios nos
dé ese día el alimento que necesitamos. Aunque en esta petición no está
implícito el alimento espiritual, también sería recomendable que junto con el
alimento físico pidamos por el alimento espiritual de ese día. No hay duda de
que este último alimento es mucho más necesario que el otro para hacer la
voluntad de Dios.
La segunda petición la
encontramos en el versículo 12: “Y perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos a nuestros deudores“. Esta está estrechamente
relacionada con los versículos 14 y 15: “Porque si perdonáis a los hombres
sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no
perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas“. El versículo 12 es una clara referencia al jubileo
judío, el año cuando todas las deudas eran canceladas. El año del jubileo
contemplaba la esperanza de ser librado de deudas, de esclavitud y de
servidumbre. La deuda es similar al pecado y esta petición de perdón es
reconocer que pecar pone a una persona en enemistad con Dios y que solo Dios
puede cancelar la ofensa y perdonarla. También pone de manifiesto la necesidad
que tiene el hombre tanto de ser perdonado como de perdonar a otros. Como hijos
de Dios, debemos parecernos a nuestro Padre perdonando a los que nos ofenden.
Sus deudas o pecados contra nosotros no son nada en comparación con lo que le
debemos a Dios. El perdón a otros es una señal evidente de que la gracia de
Dios ha encontrado un lugar firme en el corazón del creyente.
Los versículos 14 y 15
expresan una condición. Nuestro perdón a otros está conectado con el perdón de nuestro
Padre celestial a nosotros. Debe tenerse en cuenta que aquí no se trata del perdón
relacionado con la salvación. Se trata de nuestro Padre, librándonos de las
ofensas que obstruyen nuestra comunión con Él. El pasaje establece claramente
que ser perdonados está condicionado por nuestro perdón a otros. Por otro lado,
el versículo 15 niega el perdón a aquel que no perdona a otros. El texto
declara de manera absoluta que no puede haber perdón mientras uno no perdona.
El Padre perdonador desea tener hijos perdonadores. Los seres humanos ofendemos
a Dios de manera más frecuente y terrible de cómo somos ofendidos por las
personas. La exhortación bíblica en Colosenses 3:13 es: “Soportándonos
unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.
De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros“. Tener un
carácter perdonador nos asemeja más a Dios que ninguna otra cosa en nuestra
vida.
El versículo 13 contiene las dos
últimas peticiones. La tercera petición está en la primera parte: “Y no nos
metas en tentación“. Esta petición implica la idea de que nuestro Padre no
nos deje sucumbir ante la tentación. Periódicamente sucumbimos a la tentación
pero nunca es por carecer de una salida o una alternativa. Cuando nos rendimos
a la tentación solo podemos culparnos a nosotros mismos. 1 Corintios 10:13
dice: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel
es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que
dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar“.
Tenemos a nuestro alcance todos los recursos necesarios para no caer. La clave
está en la oración, en el alimento que recibe nuestra mente y en estar alerta
dependientes de nuestro Padre.
Veamos la cuarta petición: “…mas
líbranos del mal“. El mal podría referirse al Maligno, es decir, a Satanás
como el gran autor del mal. Sin embargo, también podría referirse al mal como
principio que afecta a todo ser humano debido a la naturaleza pecaminosa que
está en todos. Solo mediante el poder santificador del Espíritu Santo, el
verdadero discípulo de Cristo puede ser librado tanto del poder del Maligno
como de la influencia destructora del mal. Es la oración de todos los que deseamos
ser guardados diariamente del poder del pecado y de Satanás a través del poder
de Dios.
La última parte del versículo 13: “porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén“, no está presente en los mejores y más antiguos manuscritos griegos. Pero no por eso deja de ser verdad que todo eso le pertenece al Padre. Solo a Dios le pertenece toda nuestra adoración y es nuestro deber que su nombre sea glorificado en nuestras vidas.