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viernes, 7 de agosto de 2020

La oración modelo

La meditación de hoy estará basada en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, conocida como el "Padre nuestro". Una oración modelo que contiene los puntos básicos que deberían tener nuestras oraciones.

Mateo 6:9-15 9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. 14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas


Esta oración no fue utilizada por Jesús en su ministerio, sino que la dio a sus discípulos como un modelo de oración que contiene los puntos básicos que deberían tener sus oraciones y también las nuestras. No fue dada para repetirla de manera ritual. El versículo 7 lo deja claro: …no uséis vanas repeticiones…. Los paganos oraban con repeticiones porque no tenían la seguridad de que fueran escuchadas por su dios. El discípulo de Jesús tiene la certeza de poseer un Padre que le escucha desde el cielo. Hoy analizaremos el contenido de esta oración.

Como vemos en el versículo 9, Padre nuestro que estás en los cielos, nuestras oraciones deberían estar dirigidas al Padre, así como también lo hizo Jesús en todo su ministerio. Le llamamos Padre nuestro porque nos ha hecho sus hijos a través del arrepentimiento y de la fe en el nombre de Jesús. Un Padre que está cerca de nosotros como un padre lo está de sus hijos. Un Padre que nos ama y se preocupa por nosotros. Pero es un padre diferente a cualquier padre terrenal. Un Padre al que su soberanía, majestad, gloria y poder, no le impide estar cerca cuidando de sus hijos.

El versículo continúa diciendo santificado sea tu nombre. Esta expresión resalta la obligación que tenemos de reconocer la santidad del Padre celestial. Él es absolutamente santo en todo su ser, por lo que todo concepto errado sobre nuestro Padre debe ser desechado. Todo lo que Él hace es perfecto y nunca se equivoca ni improvisa. Su santidad destaca aún más lo pecadores que somos, pero él ha querido darnos de su gracia para que estemos delante de Él sin temor, justificados a través del arrepentimiento y la fe en Jesús.

Pasamos al versículo 10, dice Venga tu reino. Esta petición implica que los que no creen se conviertan en ciudadanos del reino, pero sobre todo que el reino de Cristo en la Tierra se haga realidad. Es el reino mesiánico prometido a los judíos en el Antiguo Testamento y del que también se habla en el Nuevo Testamento. Se trata de un reino literal que llegará con la segunda venida de Cristo cuando ponga a sus enemigos por estrado de sus pies. Durará mil años y los hijos de Dios reinaremos con Él. Todos deberíamos tener el deseo en nuestro corazón de que este reino llegue, y vivir nuestras vidas como ciudadanos de ese reino que está por llegar.

El versículo 10 continúa diciendo Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Todos los ángeles que viven en el cielo hacen la voluntad de Dios, hacen lo que le agrada. Ellos obedecen a Dios sin cuestionarlo y no hacen las cosas a la manera de ellos sino a la de Dios. Llegará el día en que la voluntad de Dios se haga completamente también aquí, en el reino que está por venir. Aquí en la Tierra somos pocos los que buscamos hacer la voluntad de Dios y este debe ser nuestro mayor propósito como sus hijos. La mejor forma de hacerla es obedecer todo lo que nos ha mandado y conocerle cada día más.

Santificado sea tu nombrevenga tu reino y hágase tu voluntad, son tres peticiones que tienen que ver directamente con Dios. Aparecen de forma descendente, hablándonos de su persona como santa y su futura manifestación en su reino con la sujeción de todos sus súbditos que se dará en ese reino. En cambio, las cuatro siguientes peticiones tienen que ver directamente con nosotros.

La primera está en el versículo 11: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Esta es una petición que se refiere al alimento físico. La provisión que el Padre nos da es diaria y la petición debe renovarse cada día. Al Padre le agrada que sus hijos vivan en dependencia de Él. La provisión del pan de cada día demuestra confianza en Aquel que suple todas las necesidades de sus hijos. No demos por sentado el alimento que recibimos cada día, sino despertemos con la idea de que Dios nos dé ese día el alimento que necesitamos. Aunque en esta petición no está implícito el alimento espiritual, también sería recomendable que junto con el alimento físico pidamos por el alimento espiritual de ese día. No hay duda de que este último alimento es mucho más necesario que el otro para hacer la voluntad de Dios.

La segunda petición la encontramos en el versículo 12: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esta está estrechamente relacionada con los versículos 14 y 15: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. El versículo 12 es una clara referencia al jubileo judío, el año cuando todas las deudas eran canceladas. El año del jubileo contemplaba la esperanza de ser librado de deudas, de esclavitud y de servidumbre. La deuda es similar al pecado y esta petición de perdón es reconocer que pecar pone a una persona en enemistad con Dios y que solo Dios puede cancelar la ofensa y perdonarla. También pone de manifiesto la necesidad que tiene el hombre tanto de ser perdonado como de perdonar a otros. Como hijos de Dios, debemos parecernos a nuestro Padre perdonando a los que nos ofenden. Sus deudas o pecados contra nosotros no son nada en comparación con lo que le debemos a Dios. El perdón a otros es una señal evidente de que la gracia de Dios ha encontrado un lugar firme en el corazón del creyente.

Los versículos 14 y 15 expresan una condición. Nuestro perdón a otros está conectado con el perdón de nuestro Padre celestial a nosotros. Debe tenerse en cuenta que aquí no se trata del perdón relacionado con la salvación. Se trata de nuestro Padre, librándonos de las ofensas que obstruyen nuestra comunión con Él. El pasaje establece claramente que ser perdonados está condicionado por nuestro perdón a otros. Por otro lado, el versículo 15 niega el perdón a aquel que no perdona a otros. El texto declara de manera absoluta que no puede haber perdón mientras uno no perdona. El Padre perdonador desea tener hijos perdonadores. Los seres humanos ofendemos a Dios de manera más frecuente y terrible de cómo somos ofendidos por las personas. La exhortación bíblica en Colosenses 3:13 es: Soportándonos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Tener un carácter perdonador nos asemeja más a Dios que ninguna otra cosa en nuestra vida.

El versículo 13 contiene las dos últimas peticiones. La tercera petición está en la primera parte: Y no nos metas en tentación. Esta petición implica la idea de que nuestro Padre no nos deje sucumbir ante la tentación. Periódicamente sucumbimos a la tentación pero nunca es por carecer de una salida o una alternativa. Cuando nos rendimos a la tentación solo podemos culparnos a nosotros mismos. 1 Corintios 10:13 dice: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. Tenemos a nuestro alcance todos los recursos necesarios para no caer. La clave está en la oración, en el alimento que recibe nuestra mente y en estar alerta dependientes de nuestro Padre.

Veamos la cuarta petición: …mas líbranos del mal. El mal podría referirse al Maligno, es decir, a Satanás como el gran autor del mal. Sin embargo, también podría referirse al mal como principio que afecta a todo ser humano debido a la naturaleza pecaminosa que está en todos. Solo mediante el poder santificador del Espíritu Santo, el verdadero discípulo de Cristo puede ser librado tanto del poder del Maligno como de la influencia destructora del mal. Es la oración de todos los que deseamos ser guardados diariamente del poder del pecado y de Satanás a través del poder de Dios.

La última parte del versículo 13: porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén, no está presente en los mejores y más antiguos manuscritos griegos. Pero no por eso deja de ser verdad que todo eso le pertenece al Padre. Solo a Dios le pertenece toda nuestra adoración y es nuestro deber que su nombre sea glorificado en nuestras vidas.

viernes, 10 de julio de 2020

Arrebatamiento, segunda venida y sus consecuencias

La meditación de hoy tratará sobre el arrebatamiento, la segunda venida de Jesucristo y las consecuencias de estos dos eventos, y estará basada en textos bíblicos que se encuentran en Mateo, Lucas, Hechos, Tesalonicenses y Apocalipsis.

Mateo 24:27 “27 Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre

Lucas 17:24 24 Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día


Hechos 1:9-11 9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos10 Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, 11 los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo

Apocalipsis 19:11-16 11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. 13 Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS14 Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. 15 De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso16 Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES

2 Tesalonicenses 2:1-12 1 Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, 2 que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. 3 Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición4 el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? 6 Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste7 Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio8 Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida9 inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos10 y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos11 Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira12 a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia

La segunda venida de Jesucristo en gloria y en poder es el evento más deseado por la mayoría de los hijos de Dios. Supone la llegada del Mesías para establecer su reino de mil años en el planeta Tierra. Un reino de justicia como nunca antes se ha visto.

Pero en este punto debemos diferenciar el arrebatamiento de la segunda venida. El arrebatamiento será en secreto aunque tendrá repercusiones públicas por los accidentes que ocurrirán al desaparecer millones de hijos de Dios de este mundo. Nadie verá a Jesús cuando venga a buscar a su iglesia. Cuando la iglesia sea quitada, será el momento en que se manifieste el anticristo, el hombre de pecado (2 Te 2:6-7). Una parte de su descripción está en el texto que leímos de Tesalonicenses. Estará en oposición y rebeldía contra Dios, se hará pasar por Dios, su llegada será por obra de satanás, tendrá poder y hará señales y prodigios mentirosos con los que engañará a los que rechazaron la verdad del evangelio. Su reino durará siete años, que comienzan cuando la iglesia sea arrebatada. Es muy probable que este personaje diabólico explique esta desaparición con abducciones extraterrestres o algún engaño similar. Otro día hablaremos con más detalle de este período de juicio sobre el mundo conocido como la Tribulación y donde Dios tratará con el pueblo de Israel y las demás naciones.

En cuanto a la segunda venida, sí será visible por todos los que hayan sobrevivido a la Tribulación. Jesús vendrá con los hijos de Dios y con los ángeles. Cabe destacar en este punto, que la iglesia estará los siete años que dura la Tribulación celebrando las bodas del Cordero en el cielo. Después de esta celebración regresa con Jesús y los ángeles a la Tierra para la gran batalla final entre el bien y el mal. Una guerra donde solo luchará Jesús y solo habrá muertos en el ejército del mal. La victoria será aplastante y satanás será atado mil años, en el período donde reinará Jesús junto a los hijos de Dios, aquellos que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero (a través del arrepentimiento y la fe en el nombre de Jesús para el perdón de los pecados). 

Mi deseo es que esta meditación te haga reflexionar sobre tu vida y te decidas por Jesucristo antes de que se lleve a su iglesia. Seas religioso, indiferente o ateo, solo en Jesús hay salvación. Si te quedaste y ya desaparecieron millones de personas en todo el mundo, es que tu fe no era verdadera. Pero aún hay esperanza. El arrepentimiento y la fe en el nombre de Jesús aún salvan, pero será más difícil en este tiempo. El anticristo querrá matar a todo el que crea en el evangelio y se niegue a adorarlo y a ponerse su marca (Ap 13:15-17). Pero persevera hasta el fin y serás salvo (Mt 24:13). Tu eternidad está en juego.

jueves, 9 de julio de 2020

El poder transformador de las manos de Dios

La meditación de hoy estará basada en dos textos que se encuentran en el pentateuco, en el libro de Deuteronomio:

Dt 26:7 “7 Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión



Dt 26:18-19 “18 Y Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos; 19 a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová tu Dios, como él ha dicho

El pueblo de Israel pasó por muchas dificultades en su estancia en Egipto. Lo que comenzó como un reencuentro familiar entre José y su familia, terminó con la esclavitud de todos sus descendientes. 

Pero el grito desgarrador del pueblo no quedó sin respuesta. Cumplido el tiempo, Dios se dispuso a intervenir. Lo que parecía imposible para los hombres no lo era para Dios, y con grandes señales y milagros sacó a su pueblo. 

Un pueblo que sufría en tres aspectos cuando estaba en Egipto: aflicción (hebreo onímiseria), trabajo (hebreo amálesfuerzo agotador) y opresión (hebreo lákjats = aflicción).

Así como los israelitas, también éramos nosotros, los hijos de Dios, cuando estábamos en el mundo. Vivíamos en la miseria y la ruina que produce el pecado. Todos nuestros esfuerzos por servir y agradar a Dios eran en vano, solo servíamos a este mundo sin aspirar a nada más. Y, en último lugar, vivíamos bajo la aflicción que trae ser esclavos de satanás, el mundo y la carne.

Pero del mismo modo que Israel fue liberado con mano poderosa, nosotros también lo fuimos con el sacrificio de Jesucristo en la cruz. Un milagro que barrió con el poder del pecado sobre nuestra vida y nos llevó a una libertad nunca conocida por nosotros. Libertad a través del arrepentimiento y de creer en el nombre de Jesús.


Una salvación que Dios había prometido a Abraham que se cumpliría en su simiente. Una salvación que nos libra de la condenación y nos santifica, es decir, nos aparta del pecado y nos une a la familia de Dios, a su pueblo.

Para Israel la salvación de la esclavitud en Egipto se manifestaba en tres aspectos: loor (hebreo tejilá = elogio), fama (hebreo shem =  posición de honor) y gloria (hebreo tifará = brillo).

Israel pasó de la miseria al brillo entre las naciones, del esfuerzo agotador a una posición de honor y de la opresión por una nación a los elogios de las naciones. De manera similar, nosotros pasamos de una situación de miseria en el pecado a tener brillo y una luz que mostrar al mundo. Dios cambió nuestro esfuerzo agotador e infructuoso por una posición de honor donde somos hijos del rey de reyes y le servimos. Y, en último lugar, la opresión por ser esclavos de satanás, el mundo y la carne desapareció y se convirtió en elogios de aquellos que ven nuestra vida transformada.

El apóstol Pedro lo expresó de esta manera:

1 Pe 2:9-10 9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; 10 vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia